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Cuentos de otro mundo

  • Gwen Paterson
  • 17 dic 2020
  • 2 Min. de lectura

Me encontraba frente a una playa, la entrada había sido casi mortal aunque era normal considerando el lugar donde me encontraba. Anduve a paso ligero y ya me hallaba en un bosque , con grandes árboles sin hojas el paisaje estaba desértico, cuando de pronto los cuervos comenzaron a graznar. Miraba a mi alrededor para salir, pero notaba una presencia, de un fotograma, me miraron unos ojos desorbitados e inyectados en sangre, graznaron y prendieron el vuelo. Lo miré detenidamente, un duelo de miradas cuando de pronto dijo: “Bo”. Ahora estaba frente a una puerta, la abrí y un río de sangre inundó la suela de los zapatos, en el fondo del gran salón, un hombre de cuyos años satisfecho está y su nombre no has de nombrar devoraba salpicando sangre por toda la estancia. Se apreciaba en detalle la musculatura de la espalda descubierta, los músculos de los bíceps y tríceps despedazando al animal, su cuello estirándose y contrayéndose en cada bocado, su pelo castaño, no muy corto y un tanto ondulado. Se giró y tenía los ojos muy abiertos mirando como depredador, enseñando los dientes con su boca ensangrentada, los brazos cubiertos de este líquido desde los dedos hasta los codos y su abdomen tintado de rojo. Me miró durante unos segundos como si fuera a cazar su siguiente presa hasta que dije:


-Hola papá.


· · ·


Me desperté sobresaltada, estaba sudando y el corazón me iba a mil. Había tenido una de las peores pesadillas de mi vida, lo había visto y estaba claro que era él, el parecido era realmente extraordinario.


-¿Qué ocurre?

-Lo he vistos, he, visto a papá.

-¡Oh no! Levántate, tenemos que irnos.

-¿Por qué?

-Ha contactado contigo, sabe dónde estamos.



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